15. ¿Qué nos aporta el matrimonio?

¿Qué tiene que ver la vida de pareja con la sociedad o con la Iglesia? Quienes dicen eso es cosa mía, nadie tiene por qué meterse… tienen un poco de razón, al menos en parte. El matrimonio es ante todo y en esencia la unión entre un hombre y una mujer que se dan el sí el uno al otro para formalizar un alianza.

Cuando Cristo afirmó Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne se refería justamente a eso. No obstante, también es verdad que todo matrimonio tiene consecuencias sociales y si la sociedad lo reconoce funciona mejor: ¿quién da el apellido a los hijos? ¿quién tiene derecho a educarlos? etc. El estado civil, situación fiscal de la pareja….

En la mayoría de los casos, el estatuto social de pareja, de familia asegura su reconocimiento, protege sus derechos y facilita sus relaciones con el resto de la sociedad. Por otra parte, la pareja, la familia, ¿no son ellas mismas realidad social?

Hay, por tanto, que encontrar un equilibrio entre la justa autonomía de la pareja frente a todas las presiones sociales o familiares que afectan su intimidad, su felicidad, su fidelidad, sus decisiones, y la necesidad de obtener un reconocimiento social y jurídico que, a su vez, supone ciertas obligaciones.

El matrimonio civil

Así pues las parejas, tienen verdadero derecho a un cierto estatuto social, que no siempre es el que el Estado impone en un cierto momento histórico.

En muchos países como España el matrimonio por la Iglesia se reconoce también como jurídicamente válido.

En cambio, en otros, como en Francia, el matrimonio religioso no tiene efectos jurídicos y está prohibido que se celebre antes del matrimonio llamado civil.

A pesar de sus límitaciones, el matrimonio civil (sin matrimonio religioso) aporta algo a la pareja, en la medida en que se trata de un compromiso contraído no solamente por los dos, sino también ante el resto del mundo.

El matrimonio por la Iglesia

A instancias de Cristo, la Iglesia pide a los católicos bautizados que se casen por el rito religioso , que se den un si libre y definitivo. El matrimonio religioso se considera un sacramento. Esto quiere decir que, al decir si quiero el hombre y la mujer aceptan un don de Dios, una gracia destinada a aumentar su amor y a ayudarles a lo largo de toda su vida y en todas las dimensiones de su matrimonio y de su familia.

El sacramento del matrimonio nos da la capacidad de renovar el amor acudiendo al Amor (ver cuestión 13). El primer milagro de Jesús, según el Evangelio (Jn.2,1-11), fue reavivar la alegría de un matrimonio: en Caná. Cuando la fiesta corría el riesgo de terminar por falta de vino, Jesús transformó el agua en vino. El sacramento del matrimonio supone transformar el agua de nuestro matrimonio humano con todas sus realidades, en vino, el vino del las Bodas del Cordero, es decir, que nuestro amor dure hasta la eternidad.


Esto me asombra siempre, dice Dios, oír a la gente decir: ¡nos hemos casado! ¡como si se casara uno un día!.Dejad que me ría. ¡como si se casara uno una vez por todas! Creen que ya está y que pueden vivir de las rentas del amor del día de la boda. ¡como si se casara uno sólo por un día! como si fuera suficiente entregarse sólo una vez, como si yo Mismo hubiera hecho el mundo en un día.

Como si no fuera preciso, a toda costa, por sentido común, finalmente, casarse cada día que hago

Charles Péguy.


Testimonio

 

Hace ocho años conocí a Linda. Parecía que no tuviéramos nada en común. Ella tenia 21 años, era alemana y acababa de terminar en el instituto. Trabajaba cuidando los niños en una familia que quería ampliar la casa. Yo era el arquitecto. Nos conocimos en una reunión para discutir el proyecto y después Linda volvió a Alemania.

Ocho semanas después, tras intercambiar multitud de cartas, allí estaba yo esperando a Linda en la estación. Nuestros brazos se adelantaron a nuestros sentimientos y nos encontramos ambos en una paz profunda, como si hubiéramos llegado finalmente a la meta.

Yo estaba contra el matrimonio, fuera civil o religioso, porque creía que una relación sólo es de verdad si en cualquier instante pude dejar de existir. En otras palabras: es tan fácil separarse, que si no lo hacemos es que no queremos.

Desde este punto de vista la libertad es lo primero pero también el compromiso cotidiano, renovado tácitamente. Creía que sólo podía existir una relación sincera sin un compromiso tácito renovable día a día, pero real ya que la relación existe

En cambio, Linda había recibido una educación cristiana. Se mantenía fiel a su fe, y sin duda hubiera preferido que nuestra relación no fuera, desde el principio, física y moral.

¿Casarse, o no?

Un año y medio después de conocernos (teníamos ya un niño de 5 meses), Linda comenzó a insistir en que nos casásemos por lo civil, lo que fue causa de fuertes discusiones. Cuando ella empezó a tocar el tema de las alianzas yo me puse furioso : ¿signos? ¿por qué? ¿para quién?.

Linda quería que nos casáramos por lo civil porque suponía un compromiso y porque moralmente no podía aceptar que viviéramos juntos. En el fondo se trataba de un signo exterior importante que marcaba una etapa de nuestra vida y nos acercaba a la siguiente, la que ella deseaba aun más: el matrimonio religioso.

Por mi parte, ya había aceptado el compromiso desde hacía tiempo, puesto que habíamos decidido tener un hijo. Pero, consciente de la importancia que tenia para Linda estar casados, acepté este matrimonio por lo civil.

Tan sólo doce días después, el tiempo que tarda el anuncio oficial y público del matrimonio, ¡ya estaba orgulloso de llevar una alianza!.

Ni hablar del matrimonio religioso. Linda conservaba este profundo deseo en su corazón sin expresarlo, o haciéndolo tímidamente, pero rezando por ello.

Entonces, en 1990, en un viaje a Alemania el padre de Linda le regaló el libro del P. Tardif: Jesus a fait de moi un témoin (Jesús ha hecho de mi un testigo). En él descubrió el amor de Dios y renovó totalmente su fe.

Esto fue también causa de tensiones entre nosotros hasta que acepte leer el libro. Allí descubrí una religión viva y el amor de Dios. Tuve ocasión de participar en un grupo de oración. Esta experiencia transformo mi vida: Dios estaba vivo., me amaba., actuaba en mi vida. Así fue como en enero del 91 recibimos el sacramento del matrimonio. Desde entonces, los dos experimentamos una alegría nueva y cómo Jesús puede ayudarnos a desarrollar nuestro amor día a día.

Pongamos un ejemplo. Cuando no estoy de acuerdo con Linda, a menudo levantamos la voz. Cada uno de nosotros, seguro de su posición y de su derecho quiere imponerse al otro. Nos peleamos, nos herimos mutuamente. Cada uno espera que el otro se retracte, pida disculpas, se humille para que la victoria sea competa. ¡Yo comprendo ahora que la verdadera victoria es el perdón! En la oración encuentro la fuerza para pedir perdón a Linda.

Esto no tiene nada que ver con una falsa derrota que deja intacto el orgullo. No se trata tampoco de ser la pobre víctima que se sacrifica. No. Lo que experimento es un sentimiento de poder, un bienestar profundo, una fuerza que nace en mi y que me supera.

Está claro que el paso siguiente es una reconciliación profunda y que el amor recupera sus derechos.

 Lucas

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Mi testamento espiritual (Benedicto XVI)

9. ¿Es posible la felicidad con un hombre o una mujer que no es libre?