La amistad, explicada por Pablo VI

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Foto di congerdesign da Pixabay

La amistad humana y cristiana

Entre las cosas bellas que proporcionan las vacaciones, especialmente a la juventud, figura el descubrimiento de nuevas amistades. Oportunidad que auguramos a cuantos acogen nuestro deseo de buenas y felices vacaciones en el Señor.

¿Quién no sabe, en efecto, lo numerosas que son, en este tiempo, las ocasiones de encontrarse con personas, antes desconocidas y extrañas? Y, ¿no es cierto, además, que, en los tiempos actuales, esa posibilidad ha aumentado y hasta se ha convertido en habitual y común, gracias al desarrollo de los medios de comunicación que consienten trasladarse con rapidez de un sitio a otro y superar los límites, estrechos en tiempos pasados, de los propios lugares de origen? Son encuentros, cuyo eco llega hasta nosotros; más aún, tenemos una prueba directa en muchos de vosotros hoy aquí presentes.

Pues bien; aparece así este nuevo tema para considerar en orden a las vacaciones, la oportunidad que ofrecen para esa relación, tan humana y tan espiritual, que se llama amistad. Se efectúan nuevos encuentros; se entablan nuevos conocimientos, diversos de los habituales del colegio, de la profesión, e incluso de la familia. Y uno piensa, quizá con excesivo idealismo, que la amistad, en el verdadero y serio sentido de la palabra, no solamente es todavía posible, sino que se encuentra incluso en condiciones adecuadas para su feliz desenvolvimiento.

Pero, ¿qué es la amistad? Es un tema éste que se presta a múltiples consideraciones, como lo demuestra la atención que, desde tiempos antiguos, le han prestado muchos escritores. Podemos recordar, por ejemplo, al famoso orador romano Cicerón, con su tratado De amicitia. En su opinión, el primer presupuesto de la amistad es que sólo se da entre los buenos y «no es otra cosa que un acuerdo perfecto sobre todas las cosas, divinas y humanas, acompañado de simpatía y amor» (cf. Laelius, seu de amicitia, cap. 5-6).

Junto a este alto ejemplo de sabiduría pagana, ¿cómo podemos olvidar, por otra parte, la superior sabiduría que lleva consigo de modo inmanente la palabra inspirada por Dios? Aludamos, al menos, a las afirmaciones luminosas del Sirácida sobre el «valor» del amigo fiel (cf. Sir 6, 14-16). Después, debemos recordar el «mandamiento nuevo» de Jesús, que transforma y sublima la amistad en amor fraterno, en cuanto nos compromete a amarnos los unos a los otros, como El mismo nos ha amado (cf. Jn 13, 34). El, que no quiso llamar siervos a sus Apóstoles, sino que los llamó y quiso como amigos (cf. Jn 15, 15), llegó a proponer y desear para ellos la comunión plena, es decir, la unidad de vida: «Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti» (Jn 17, 21). Aquí nos encontramos ya realmente en el vértice de una altura, humanamente impensable e inalcanzable. Una amistad así, consumada en el amor, viene a desembocar en una mística identidad. cuyo modelo es la inefable relación trinitaria entre el Padre y el Hijo en el Espíritu.

Y ahora, como quien desciende de esa altura, queremos sacar al menos la conclusión de que la amistad crea una armonía de sentimientos y de gustos, que prescinde del amor de  los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo.

Creemos que los encuentros, incluso casuales y provisionales de las vacaciones, dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. La cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios.

Será fácil, pura, fuerte la amistad, si está sostenida y alimentada por aquella peculiar y sublime comunión de amor, que un alma cristiana debe tener con Cristo Jesús.

¡Que nuestra apostólica bendición os acompañe!

Pablo VI – 26 de julio de 1978

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6. Salimos juntos ¿Cuáles son los límites?

Mutter Teresa, lachend, Dezember 1985

Pero nunca te detengas!!! Madre Teresa de Calcuta