Una noche del año 1216 San Francisco tuvo una fuerte tentación carnal,
para combatirla se despojo de sus vestiduras y se arrojó sin titubear
ala zarza que rodeaba su celda. Inmediatamente la zarza se transformó en
un maravilloso rosal sin espinas. Aparecieron dos Ángeles que lo
condujeron en la capilla de Santa María de la Porciúncula, donde
encontró a Cristo y a María que lo esperaban, sentados en sus tronos y
rodeados por numerosos Ángeles en una luz radiante.
El Redentor le preguntó que premio quisiera por su acto heroico. San
Francisco respondió: «Deseo la concesión de una indulgencia
extraordinaria a cualquier confesado, arrepentido y absuelto, que entre
en esta Capilla». Respondió el Señor: «Aquello que pides Francisco, es
grande pero eres digno de cosas mayores». La única condición Oh
Francisco, es de pedírselo al Papa, mi vicario en la tierra.
Francisco sin esperar en un mar de gozo se presentó al Papa que en aquellos días estaba en Perugia y le contó el hecho así como sucedió. El Papa Honorio III escuchó con atención su narración pero con un poco de indecisión determinada de la singular propuesta preguntó a Francisco: «Cuantos años quieres que yo fije con respecto a la indulgencia».
Respondió San Francisco: «Plazca a vuestra santidad concederme almas, no años». Y, ante la extrañeza del pontífice, le explicó: «Quiero, si place a vuestra santidad, por los beneficios que Dios ha hecho y aún hace en aquel lugar, que quien venga a dicha iglesia confesado y arrepentido quede absuelto de culpa y pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y hora de su entrada en ella».
El Papa respondió: «Mucho pides, Francisco. La Iglesia no suele conceder tales indulgencias».
A lo que él replicó: «Messer, lo que pido no viene de mí, es el Señor
quien me envía». Entonces el pontífice exclamó, por tres veces: «¡es mi
deseo que se te sea concedida tu petición!».
Cuando estaba al punto de hacerle una reverencia como despedida, el
pontífice pregunta a Francisco – feliz por la concesión obtenida – a
donde iba sin el documento que certificara lo que había obtenido. «Santo
Padre, respondió Francisco, a mi me basta vuestra palabra! Si esta
indulgencia es obra de Dios, El pensara en manifestarse en Su obra; yo
no tengo necesidad de ningún documento, este papel debe ser la Santísima
Virgen María, Cristo el notario y como testigos los Ángeles».
El Pontífice autorizó a Francisco a convocar a Porciúncula siete Obispos de Umbría, delante a los cuales promulgaba este extraordinario privilegio. Así surge, para Porciúncula, el momento de gloria, con motivo del insigne privilegio de la Indulgencia plenaria toties quoties, que será llamada después: «El Perdón de Asís». Esta indulgencia será conocida y muy difundida, desde la segunda mitad del siglo XIII hasta hoy día, creciendo de importancia cada día, con momentos en los que, como en el siglo XV, cuando estallo por su fama y por la frecuentación de masas de todas partes del mundo. Las masas alcanzaron el máximo número en el Cuatrocientos, cuando por solemnidad del Perdón (1-2 agosto), se reunieron en la Porciúncula más de 200 mil peregrinos. Entonces, los frailes menores, guardianes del santuario y los papas se dieron cuenta de que era necesario alargar el espacio donde rezar, confesarse, comulgar y cumplir cualquier acto de devoción.
Surge así, por deseo de San Pío V (1569), la grande basílica de la Porciúncula, que en 1909 sera proclamada «patriarcal» con capilla papal y en el mismo año, Iglesia y convento y territorios anexos fueron declarados propiedad de la Santa sede, con morada estable de los Frailes Menores y con la residencia del Ministro provincial de los mismos Frailes Menores de Umbría.
Tal indulgencia es lucrativa para si mismo o para las almas del
Purgatorio, por todos los fieles cotidianamente, por una sola vez al
día, por todo el año en aquel santo lugar y por una sola vez, del medio
día del 1ero. De Agosto a la medianoche del día siguiente, o si no, con
el consentimiento del Ordinario del lugar, en el domingo precedente o
sucesivo ( a partir del medio día del Sábado hasta la medianoche del
domingo), visitando cualquier otra Iglesia Franciscana o Basílica Menor o
Catedral o Parroquial.
Para adquirir la indulgencia plenaria es necesario cumplir tres
condiciones: Confesión Sacramental, Comunión Eucarística y Oración según
las intenciones del Sumo Pontífice (Padre Nuestro, Ave María y Gloria
al Padre). Se pide además que sea excluido cualquier pecado incluso el
venial.
Documento sobre el Perdón de Asís, emanado por Juan Pablo II
Porciúncula sacra aedes: decreto.
El edificio sagrado de la Porciúncula, que ya el Papa Honorio III, por la oración de San Francisco, no sin inspiración divina, enriqueció de aquel célebre Perdón de Asís; y donde el mismo espíritu de San Francisco colmó de amor tuvo felizmente sus extremos (murió), por lo que se volvió por siglos la Iglesia matriz de todos los religiosos franciscanos, por intercesión de la Beatísima Virgen Madre de Dios, animó los ánimos de los fieles cristianos a un sentido de piedad y de la misericordia Divina, tanto de obtener por todos los fieles cristianos la humilde e indiscutible sensación que ahí, de casi todas las partes del mundo, fluirían y todavía hoy, mas frecuente, fluyen, movidos por los mismos sentimientos.
Por lo que los Sumos Pontífices, dispensadores de los celestiales carismas a ellos dados, siempre demostraron marcados motivos de amplitud espiritual hacia la Porciúncula y manifestaron un particular amor, entre los cuales nos gusta recordar el ejemplo de Pablo VI, de feliz memoria, que llamó a la Porciúncula un lugar para recibir la indulgencia Plenaria y de confirmación paz con Dios y Juan Pablo II, ahora Pastor de la Iglesia por misericordia de Dios,proclamo la Porciúncula como una fuente de admirable, original misión de la cual Francisco y sus hijos ampliamente difundieron entre la gente el nombre de Cristo.
Convencidos justamente de cuanto el Ministro general de la Orden de los Frailes Menores que ha expuesto en sus cartas oficiales, renovando reverendamente las oraciones de los cristianos que visitan de todas las partes aquella sede, rezando de corazón un Padre Nuestro y el Símbolo de la fe, en las mismas condiciones, es decir, la confesión sacramental, la comunión eucarística y una oración según las intenciones del Sumo Pontífice, concedemos para siempre la Indulgencia Plenaria cotidiana; Y la Penitencieria, solicita de proveer a los cristianos la riqueza de la suma espiritual, con Autoridad Apostólica, para quien voluntarioso favorece las oraciones recibidas, con el presente decreto, confiando que la Indulgencia los anime al perdón y renueve la reconciliación con Dios y a huir del pecado, al ejercicio generoso, al amor de filial obsequio y al amor hacia la Iglesia y así procuren las obras de justicia y obren la tranquilidad entre los hombres. Roma, desde la sede de la Penitenciaria, 15 Julio 1988.
Card. LUIGI DADAGLIO Penit. Magg.
(Sacra Penitenzieria Apostolica, Prot. N. 47/88/1, Porciúncula,
Prot. N. 146/1988: «Portiunculae sacra aedes»).
Para conseguir la indulgencia plenaria un fiel debe:
- Confesarse.
- Recibir la comunión Eucarística.
- Recitar a Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre según las intenciones del Papa.
- Recitar el Credo y Padre nuestro.
- Visitar a una iglesia o un oratorio franciscano.