31. ¿Qué es el pecado original?

Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen para que fueran plenamente felices en su ser de «hombre» y de hijo de Dios, es decir, para que pudieran participar en la vida íntima de Dios y realizarse mediante su entrega desinteresada.

  • Desgraciadamente el hombre se dejó seducir por el demonio que le hizo dudar de la palabra de Dios. Decidió entonces no depender de nadie y ser él mismo su propia luz, decidir por si mismo lo que está bien y lo que está mal. El hombre volvió deliberadamente la espalda a Dios, separándose así de la fuente del Amor. Esto es lo que denominamos «pecado original». Dios respetó la decisión del hombre. y se produjo una ruptura irreparable: la de los primeros seres humanos, cuyas consecuencias todos vemos aún en nosotros mismos y a nuestro alrededor.
  • La ruptura con Dios provoca :
    — En primer lugar, dejar de ser hijos del Señor. Por primera vez, se tiene miedo y vergüenza ante Él. El hombre se esconde: «He oído tu voz en el paraíso y he tenido miedo.» (Gen 3, 10). El hombre se aparta de Dios, pensando que es Dios quien se aleja…
    — Una libertad malsana. El bien y el mal tratan de atraer esta libertad, que se utilizó por la primera vez para alejarse del Amor. La conciencia y la inteligencia se ofuscan, por lo que el hombre no siempre sabrá utilizarlas de forma coherente y ordenada. Y la propia voluntad, que es el instrumento con el que se ejerce la libertad, se debilita. «No hago lo que quiero, sino que hago lo que detesto», constata San Pablo. En efecto, la voluntad es incapaz de imponerse con determinación y autoridad (se deja dominar por las diferentes pasiones, paralizar por la culpabilidad; se inhibe…). De este modo, a menudo la libertad encuentra obstáculos para desarrollarse. De todo ello resulta la pérdida de la unidad profunda del ser; el hombre se divide en su interior.
    — La ruptura de las relaciones. Efectivamente, esta decisión del hombre de no depender más que de si mismo y de existir para sí, en vez de para los demás, repercute en todas sus relaciones. Se acusa al prójimo (lo que me ocurre es culpa suya), que, al pasar de aliado a rival, se convierte en una amenaza. Esto nos lleva a desconfiar del prójimo y a temerle; le atacamos e intentamos dominarle, o bien, a huir de él. O incluso le deseamos como objeto de nuestro propio placer. Queremos dejar de necesitarlo, querríamos que fuera como nosotros mismos y reivindicamos una igualdad que suprima las diferencias… Pero todo esto no sacia la necesidad de amor y la llamada a la entrega de si mismo, grabadas en lo más profundo del corazón humano. El hombre sufre una dolorosa contradicción interna con Dios y con los demás. ¿Acaso no hemos comprobado todos, por experiencia, algo de esta realidad?
    — La relación con el mundo creado también se ve desvirtuada. El hombre que había recibido la misión de «someterlo» en y para el Amor, sufre la tentación de transformarlo para manifestar su propio poder y apropiárselo.
  • Pero Dios no se resigna al desastre. Como el hombre no puede restablecer su relación con Dios sólo, Dios toma la extraordinaria iniciativa de enviar entre nosotros a su propio Hijo, que es Dios, que se hizo hombre (encarnación). Al decir «sí» y sacrificar su vida por nosotros, su Hijo, Jesús, Cristo, nos liberó del pecado. De nuevo, hizo posible la relación filial con el Padre. En la plegaria, el hombre se encuentra con si mismo porque vuelve a convertirse en hijo de su Padre. Es una nueva creación.
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